El
hartazgo de manzanas me provocó un dulce sopor y me sumió en una agradable
duermevela, dentro del barril en el que me había metido a degustar las frutas.
Al poco, en mis sueños monopolizados por el fabuloso tesoro del Capitán Flint tras
el que navegábamos, se colaron unos murmullos roncos y toscos. Reconocí la
autoritaria voz de Long John Silver, el cocinero, y lo que oí hizo que la
sangre dejara de circular por mi cuerpo. Me asomé con cuidado a un orificio del
barril y agudicé el oído.
—Estamos
cerca de nuestro destino, caballeros, y no es momento de impaciencias. Debemos
aguardar a tener el tesoro bien custodiado en la bodega y el rumbo de vuelta
trazado antes de hacernos con el navío y adornas las aguas con los cuerpos del
capitán y sus camaradas.
Una
de las cuatro personas que lo escuchaban se adelantó.
—Hablas
muy bien, Barbacoa, pero ya estamos hartos de la espera —dijo el timonel
Hands—. Esta misma noche pasaremos a cuchillo a todo aquel que no nos apoye.
Hands
le dio la espalda a Silver, mientras indicaba a los demás que lo siguieran. En
ese momento, vi con estupefacción cómo el cocinero cojo levantaba su muleta y,
con extrema violencia, la impactaba contra el cráneo del timonel, arrojándolo
hacia delante. Sin perder un segundo, se lanzó sobre el marinero caído y
comenzó a acuchillarlo con fiereza.
El
resto de marinos observaba la escena con tal desinterés que llegué a pensar si
en sus corazones habitaba algo que no fuera avaricia.
No
había acabado el macabro suceso cuando oí una poderosa orden que incluso
paralizó a Silver. Era el Capitán Smollet.
—¡Quietos
donde estáis! Tu intento de motín ha sido descubierto, John Silver, y vas a ser
juzgado y condenado. Aquí y ahora.
El
capitán estaba flanqueado por cuatro marineros con los mosquetes apuntando al
cocinero. Este, de un rápido movimiento, se dirigió hacia mi barril para
cubrirse, momento en el que oí una salva de disparos. Algo atravesó la madera y
un profundo dolor atenazó mi cuerpo. Luego... Silencio y oscuridad.
Desperté,
sobresaltado y febril, en un elegante camarote. Giré la cabeza y me encontré
con los amables ojos del Doctor Livesey.
—Por
todos los demonios, joven Hawkins, ¿qué hacías metido en ese barril? Has tenido
mucha suerte de salir de esta. Si no hubiese sido por el grito de alarma de
Silver y porque la madera frenó la bala que se alojó en tu pecho, habrías...
—Espere,
doctor —dije con la voz débil—, ¿qué quiere decir con el grito de alarma de
Silver?
—Bueno
—El doctor se movía incómodo—, parece que el pirata tuvo un último gesto
piadoso. Cuando te vio dentro del barril, herido, gritó que no disparáramos
más. Y eso hicimos. Pero varias balas le habían alcanzado y murió allí mismo,
protegiendo el barril con su cuerpo.
Medité
aquellas palabras y, finalmente, susurré una breve plegaria por el alma del
pirata que me había salvado la vida.